Hola de nuevo, gracias por acercarte nuevamente a estas líneas, para conocer algo más de las anécdotas que han ido conformando la apasionante historia de CECAP, durante estos quince años. Hoy quiero compartir contigo, un momento muy especial, que significó un antes y un después, no solo en mi vida profesional, sino también en la personal.
Desde el primer momento, teníamos claro que, si íbamos a desarrollar un proyecto social, debería ser entendido como una herramienta al servicio de los más vulnerables de nuestra sociedad. Para ello, era indispensable que, desde los comienzos, todo esto alcanzara una dimensión de política pública. De esta forma, resultaba fundamental que toda esta idea loca, fuera apoyada por el gobierno de Castilla La Mancha.
Como sabes, no somos de rendirnos ni de ponernos límites, así que, sin pensarlo dos veces, fui a reunirme con el Director General de Bienestar Social, por aquel entonces, Javier Pérez. La primera vez que fui, estaba convencido que me recibiría. Allí estaba yo, con pantalón corto y chanclas de piscina, en pleno verano, plantado en la puerta de la dirección general, dispuesto a reunirme con el Director General. Recuerdo que, me atendieron rápidamente. Se percataron que, plantado en la puerta, había un joven de casi dos metros de altura, con una apariencia un tanto informal. Me preguntaron, “¿a quién buscas?”, a lo que yo contesté, “quería ver al Director General”. Ahí es nada, tenías que ver la cara de asombro y perplejidad de aquella mujer. Después de los años, he logrado entenderlo. No es muy común, ver a alguien tan ingenuo, saltarse todos los protocolos para poder ver a uno de los más altos responsables de política social de nuestra región.
Mi buena amiga Charo, persona que por aquel entonces fue quien me atención, llamó sin dilación a la persona responsable de favorecer mi encuentro con el Director General. Después de unos segundos de conversación, me preguntó, “¿Quién eres?”, “Soy Andrés, Andrés Martínez”, respondí con aires de James Bond. No contenta con mis credenciales personales, me volvió a preguntar, “¿de qué entidad vienes?”, “de ninguna, no vengo por ninguna entidad”, respondí. Tras mis contestaciones, hubo un tiempo de conversación, entre Charo y su contacto. Después de unos minutos, colgó y me dijo, hoy no te puede recibir, ven otro día.
Supongo que pensaría, que dicha respuesta me desanimaría, desconociendo mi literalidad de pensamiento, lo que me hizo coger al “pie de la letra” su invitación para volver dos días después a volverlo a intentar. Nuevamente, vivimos la misma situación, me presenté sin dilación con mi apariencia jovial y desenfadada, absolutamente desacorde a la situación, en la Dirección General, para mantener un encuentro con su máximo responsable, consiguiendo el mismo resultado. Charo, volvió a terminar diciéndome nuevamente, “vuelve otro día”. Te imaginarás, lo que ocurrió, ¿verdad? Efectivamente, volví.
En esta tercera ocasión, viendo mi insistencia. La persona al otro lado del teléfono, respondió nuevamente a la llamada de Charo, y al ver que nuevamente estaba allí, optó por acceder a mis peticiones. Charo, incrédula, se dirigió a mí y, me dijo con cara de “ahí la que te espera…”, “el director te recibirá en su despacho”. Había llegado el momento más esperado, en el que podría explicarle todas las ideas que rondaban en mi cabeza. No sabía si estaba nervioso, atemorizado por la inseguridad del momento, feliz por haberlo conseguido, lo que importaba es que se iba a producir el encuentro más esperado e importante. Era consciente de que, si no salía bien, todo estaría perdido.
Entré en aquel despacho y, allí estaba el Director General, Javier Pérez y su mano derecha, jefa de servicio, conocida por todos como Carmina. Tras las presentaciones, escucharon a un joven vehemente, cargado de ilusiones y con un mensaje apasionado, poco técnico, pero con las ideas muy claras. Carmina, Javier y yo, buenos amigos en la actualidad, recordamos entre risas, lo difícil que me lo hicieron pasar en este encuentro. Todo su afán era poner a prueba los planteamientos que nos habían llevado hasta allí, buscando desmoralizarme o hacerme desistir en la persistencia de buscar otras respuestas para aquellas personas, desde hace años, formaban parte de mi vida. Me refiero a personas en situación de vulnerabilidad, por razones de discapacidad.
Las características individuales vs el diagnóstico, la mediación comunitaria vs la institucionalización, el apoyo vs la terapia, el talento vs la discapacidad, fueron ideas que fluyeron en ese despacho, dibujando en el horizonte un nuevo paradigma. Sin apenas darnos cuenta, se estaba forjando el primer Servicio de Capacitación, el primer proyecto que se forjaba bajo las premisas del modelo inclusivo-social.